La importancia de la luz para nuestra salud mental

Durante el otoño y el invierno se atiende un mayor número de consultas relacionadas con problemas depresivos y trastornos afectivos

El organismo humano está sincronizado a factores climatológicos como son el calor o el número de horas de luz solar. Por ello, cuando se producen cambios en estos factores, ciertas personas experimentan síntomas de disminución de energía y estados de ánimos depresivos, tal como indica el profesor Joaquín Santo Domingo, psiquiatra de la Clínica La Luz de Madrid, lo que vendría a explicar el porqué la mayoría de los médicos, especialmente de Atención Primaria, refieren que durante el otoño y el invierno atienden un mayor número de consultas relacionadas con problemas depresivos y trastornos afectivos.

En algunos individuos, los síntomas pueden perdurar varios meses hasta que tienden a remitir por sí solos. Tal es así, que de un tiempo a esta parte, el invierno ha devenido en llamarse "la estación de la tristeza", apelativo que comparte con el otoño, aunque en menor medida. Mayor irritabilidad para los pequeños y más apatía en los mayores parece ser la tónica imperante, ya que se ve alterada la personalidad. Y el descenso de luz natural, entre otros factores, tiene mucho que ver en este proceso.

El catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona y director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Hospital del Mar, doctor Antonio Bulbena, corrobora a este respecto que "las estaciones, la meteorología y la luz inciden en la salud humana, especialmente la mental. Los meteoritos, la lluvia y la humedad tienen más relación con la ansiedad, mientras que los cambios estacionales están más relacionados con trastornos afectivos".

Ánimo decaído

En este marco están incluidos trastornos como la euforia, la depresión y los trastornos bipolares, si bien el de mayor renombre, por así decirlo, es la depresión, por su elevada incidencia en la población. En cualquier caso, en relación con las estaciones del año, los especialistas suelen resaltar la existencia de un trastorno afectivo estacional asociado a un estado de ánimo decaído precisamente en invierno, en que la luz solar se torna más tenue, las actividades y distintas funciones se llevan a cabo con mayor dificultad y menor entusiasmo, la lentitud se hace más patente y disminuye también la vida social. Cuando ese estado de ánimo alcanza niveles patológicos asociados a la frialdad y oscuridad climáticas, los especialistas diagnostican claramente un Trastorno Afectivo Estacional (TAE).

Esta circunstancia parece ser perfectamente contrastable con el efecto contrario que se observa cuando la mayor luminosidad solar, a finales de la primavera y principios del verano, viene a coincidir con una percepción de mayor euforia en las personas. Cierto es que el buen tiempo, la floración y proliferación de aromas y tonalidades verdes por doquier levantan el ánimo e invitan a pasear y a relacionarse.

En realidad, apunta Bulbena, el trastorno afectivo estacional está catalogado como un problema de salud de gravedad menor, que afecta en torno al 15 por ciento de la población de una u otra manera. Se observa con más frecuencia en mujeres, como ocurre con la mayoría de los trastornos afectivos, al igual que la depresión y la ansiedad. No obstante, matiza este experto, si bien su intensidad es aparentemente débil, sí es lo suficientemente perceptible por quien lo padece como para ser identificable por el especialista. Es más, no es raro que en algunos casos el grado depresivo adquiera un ribete de gravedad manifiesta que requiera ingreso hospitalario.

En cualquier caso, no es raro oír aquello de "yo ando como el tiempo", de ahí que las personas especialmente sensibles a los cambios estacionales han de erigirse en sus propios médicos, en el sentido de que deben observar por sí mismos hasta qué punto les afecta o altera el ánimo un cambio meteorológico. Bulbena sugiere estar atentos, por ejemplo, si antes de llover se encuentra uno muy mal y si después, pasada la lluvia, nota una notable mejoría; o cuando está nublado cambia a la baja su ánimo, pero cuando aparece el sol se siente mejor.

Practique ejercicio físico, sobre todo al aire libre y en horas de máxima luz.

Practique ejercicio físico, sobre todo al aire libre y en horas de máxima luz.

Está pues claro, que el calor y el frío tienen un efecto distinto sobre el estado de ánimo. El calor es peor tolerado por las personas que sufren trastornos de ansiedad, lo que suele traducirse en sensación de gran agotamiento. En este sentido, el frío es un aspecto menos estudiado. Más sorprendente aun, si cabe, es constatar el efecto de la luz sobre la salud mental, no en vano, y en palabras de este especialista, "se la utiliza como tratamiento para la depresión o en personas más letárgicas en invierno, y en verano en aquellas más eufóricas".

Ante un paciente aquejado de depresión "invernal", un tratamiento consiste en someterlo bajo la luz de una lámpara que proporciona una determinada dosis de luz. El cerebro, a través de la glándula pineal, se da por enterado y comienza a actuar sobre la parte emocional de la persona brindando mejoría.

Esta lámpara, que permite recuperar los ritmos biológicos, "se usa, incluso, en los viajes trasatlánticos; al cambiar de lugar, cambia el ritmo del día y permite sincronizar el reloj biológico", matiza Bulbena. "Esta lámpara", añade, "nos recuerda que debemos responder a los estímulos naturales. Su uso está condicionado al tipo de trastorno que se trate. Si es para tratar la depresión estacional, se debe utilizar todo el invierno; si es para el jet lag, una semana".

Cabe recordar aquí una encuesta encargada por el Gobierno de Canarias para conocer el alcance de la tristeza invernal. Bajo la asesoría de la psicóloga clínica Miren Larrázabal, de los resultados de la encuesta se desprende que siete de cada diez personas han experimentado mayor grado de tristeza cuando se han encontrado ante un descenso de horas de luz. Además, un 34 por ciento de los encuestados, tanto hombres como mujeres, confesaron que el cambio horario, unido a la menor cantidad de luz reinante, había interferido de algún modo en la pareja, tornándose las relaciones más frías y distantes, lo que en casi un tercio de la población encuestada conllevó una reducción en la frecuencia de las relaciones sexuales.

Otro estudio similar llevado a cabo en los Estados Unidos reveló que las tasas de TAE eran siete veces mayores entre los habitantes de la zona norte del país, de climatología más fría, que en las regiones del sur, cercanas al Caribe, donde la temperatura y luz solar son más intensas. De ello se deduce que la proximidad o lejanía de la línea ecuatorial influye en el desarrollo de un trastorno afectivo estacional.

Otoño e invierno

Por si aún quedaban dudas, un reciente estudio de Sanitas vino a confirmar que el tránsito del verano al otoño supone un trago amargo para la mayoría de la población, toda vez que coincide no sólo con el final de las vacaciones, sino también porque en muchas ocasiones se asocia inevitablemente con el retorno a la rutina laboral, a los resfriados y la disminución de las horas de luz. Todo ello confluye a la postre con la aparición de las depresiones estacionales, y si nos atenemos a este estudio, un 2 por ciento de los españoles va a verse afectado por tal circunstancia, especialmente las mujeres de entre 20 y 40 años. Las sensaciones depresivas o, cuando menos, de tristeza o peor ánimo suelen empeorar, generalmente, por la tarde y en la noche.

El doctor Iñaki Ferrando, director de Comunicación Médica de Sanitas, pone de relieve que el Trastorno Afectivo Estacional o depresión estacional está clasificado dentro de los síndromes depresivos y sus síntomas son similares a los de la depresión común. Así, entre los síntomas más habituales referidos por las personas afectadas se encuentran la fatiga o cansancio sin razón aparente, falta de interés por las actividades habituales pero que en otras circunstancias resultaban reconfortantes, aislamiento social y un apetito voraz por alimentos concretos, generalmente en carbohidratos.

También puede observarse, a medida que nos adentramos en el invierno, un aumento en el número de episodios de ansiedad, sentimientos de culpa y desesperanza, irritabilidad, cambios en el sueño o insomnio y, en casos ya extremos, pensamientos de suicidio. El doctor Ferrando recomienda, en cualquier caso, someterse a un examen médico para asegurarse de que detrás de la sintomatología descrita no haya otros trastornos más severos, como por ejemplo hipotiroidismo, hipoglucemia o mononucleosis.