Síndrome de piernas inquietas

La mayor parte de los afectados viven con este trastorno sin haber recibido un diagnóstico y sin saber que pueden beneficiarse de un tratamiento

El Síndrome de Piernas Inquietas (SPI) es un gran desconocido. Algunas personas han oído hablar de él, pero no saben muy bien qué es, de modo que no es de extrañar que cerca del 90 por ciento de los pacientes vivan con el SPI sin saberlo. Y todo a pesar de que en España padece este trastorno entre un 3 y un 10 por ciento de la población.

Aunque puede afectar a cualquier persona, sea cual sea su edad, suele ser más frecuente en ancianos y mujeres. No es un problema baladí, de hecho hay personas que no pueden dormir más de tres horas diarias debido a ello.

En la genética se esconden algunas de las incógnitas de este problema, no en vano en el 65 por ciento de los casos se transmite de una generación a otra, aunque también puede surgir o empeorar como consecuencia de otras situaciones, como una anemia o un embarazo.

¿Qué es?

El Síndrome de Piernas Inquietas (SPI), o Enfermedad de Willis-Ekbom (EWE), es un trastorno neurológico que a menudo ocasiona la necesidad imperiosa de mover las piernas; una necesidad que surge cuando la persona está en reposo, ya sea sentada o acostada, normalmente a última hora de la tarde o por la noche, en días aislados o de forma continua.

Dolor, picor o sensación de tensión en las extremidades inferiores son las raras sensaciones que acompañan este problema y el movimiento, especialmente caminar y estirar y flexionar las piernas, la posible forma de aliviarlas.

Explicar qué siente una persona con SPI no es sencillo. A menudo las personas que lo sufren lo describen como 'si un insecto reptara por la pierna', o como una sensación de picor o de tirantez.

¿Cuáles son sus consecuencias?

El SPI afecta de forma distinta a cada persona. Si su intensidad es leve, las desagradables molestias solo se padecen de vez en cuando y no tienen un gran impacto en la vida cotidiana o en el sueño. Cuando este trastorno se presenta varios días por semana, lógicamente puede mermar mucho la calidad de vida de quien la padece.

Normalmente los síntomas aparecen por la noche, por lo que como cuesta conciliar y mantener el sueño, el día se presenta con cansancio y falta de concentración.

Pero hay quien los padece durante el día y, por tanto, no puede mantenerse quieto mucho tiempo. Viajes largos en coche, reuniones prolongadas o ir al cine o al teatro se convierten en una 'misión imposible' y el trabajo, las relaciones sociales y la vida cotidiana pueden verse comprometidas.

En resumen, las consecuencias del SPI pueden ser de tres tipos:

  • Efectos físicos: alteraciones del sueño, de la memoria y/o en la concentración, cansancio, dolores de cabeza matutinos, contracturas musculares y desgaste de las articulaciones.
  • Efectos psicológicos: apatía, cambios de humor, inquietud, nerviosismo, depresión, ansiedad y sufrimiento por la incomprensión social.
  • Efectos sociales: bajo rendimiento en el trabajo, alteración en las actividades cotidianas e incomprensión por cónyuges, familiares y amigos.

No se trata de un mero problema de estilo de vida que condiciona el sueño y el reposo, el SPI también pone en juego la salud cardiovascular. Investigaciones clínicas recientes han mostrado que las personas con SPI tienen hasta 2,5 veces más de probabilidades de desarrollar una cardiopatía y el riesgo de hipertensión arterial aumenta también hasta 2,5 veces respecto a la población sana.

Diagnóstico

Un diagnóstico precoz es esencial para evitar todo esto. Por eso, ante el menor síntoma es importante acudir al médico. Un diagnóstico a tiempo permitirá que pueda instaurarse un tratamiento adecuado desde los inicios de la enfermedad.

Aún así, en actualidad, especialistas y pacientes advierten que el tiempo medio que transcurre entre la aparición de los primeros síntomas y el diagnóstico es de entre 10 y 15 años. La falta de un diagnóstico rápido y claro se refleja en la dura realidad: la mayor parte de los afectados viven con el SPI sin haber recibido un diagnóstico y sin saber que pueden beneficiarse de un tratamiento.

Tratamiento

Un aspecto importante a tener en cuenta es que el SPI afecta de forma distinta a cada persona y por tanto no todas necesitan el mismo tratamiento. Si el diagnóstico es positivo, el médico indicará si precisa tratamiento farmacológico y las pautas que mejor se adapten a cada caso.

Además, hay medidas sencillas que pueden mejorar los síntomas:

  • Evitar el alcohol, la cafeína, el tabaco y las comidas copiosas en las horas previas a irse a la cama.
  • Tener horarios regulares de sueño y dormir las horas que el organismo necesita para un buen funcionamiento.
  • Si en el momento de ir a la cama nota molestias, pruebe a caminar o hacer algo que le distraiga; nada de estar dando vueltas en la cama.
  • No hacer esfuerzos para dormir ni pasar demasiado tiempo despierto en la cama.
  • La práctica de ejercicio moderado, unos 30-60 minutos diarios, ayuda a mitigar los síntomas, y, en ocasiones, a reducir la medicación. En cambio, ejercicios intensos suelen empeorar los síntomas.
  • Aplicar calor o frío local en las piernas, un baño o una ducha, también puede ser de ayuda en determinadas personas.
  • La actividad mental, estar distraído o concentrado en alguna actividad que sea agradable, puede disminuir la percepción de las molestias.

En la actualidad, el SPI no tiene cura, salvo cuando sus síntomas se asocian a otros procesos, como anemia o embarazo. De hecho, una de cada cuatro mujeres embarazadas experimenta SPI durante la gestación.