La esperanza de vida en personas con esquizofrenia se reduce en casi 20 años

La esperanza de vida de las personas con esquizofrenia es entre 10 y 20 años menor que la de la población general. Con el paso del tiempo, los enfermos sufren un deterioro prematuro de su actividad tanto física como mental y el impacto de la enfermedad en la calidad de vida de los pacientes es enorme. Actividades cotidianas como ir a trabajar, licenciarse en la Universidad o compartir una velada con amigos resultan impensables en estas personas ya que, por lo general, presentan serias dificultades para concentrarse y relacionarse con los demás. Estas alteraciones vinculadas con el comportamiento y las emociones, también conocidas como síntomas negativos, no se han tenido en cuenta hasta ahora, centrando todos los esfuerzos en tratar los delirios y las alucinaciones (síntomas positivos de la patología).

El reto actual en el tratamiento de estos pacientes es abordar de forma global la esquizofrenia: tratando los síntomas positivos, los negativos y los déficits cognitivos. Con esta intención y con el fin de analizar las últimas novedades en el diagnóstico y manejo de este trastorno mental, el Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) celebró en Madrid el Primer Foro Internacional Nuevos Abordajes en el Tratamiento de la Esquizofrenia, una reunión que cuenta con el aval de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP) y la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB) y con el apoyo de Roche Farma.

Delirios, apatía, ansiedad...

La esquizofrenia se ha asociado tradicionalmente a la desconexión y a la confusión de la realidad. Los delirios, las alucinaciones y las alteraciones del pensamiento son los síntomas más visibles, pero no son los únicos ni los más importantes. Estos pacientes expresan cierta pobreza afectiva, apatía, desinterés e insociabilidad y/o problemas en la concentración y en la atención, que les obligan a vivir al margen de la sociedad, impidiéndoles llevar una vida normal.

Las pérdidas económicas derivadas de esta enfermedad son cuantiosas, pero sin duda nada comparables al estigma social del que son víctimas tanto pacientes como familiares. Estos últimos viven bajo el temor constante del suicidio de la persona afectada, un riesgo considerado entre un 10 y un 15 por ciento más frecuente en estos casos. Tal y como explica el doctor Celso Arango, director científico de CIBERSAM, "el coste socioeconómico de esta enfermedad se traduce en gastos derivados de la atención médica y pérdida de productividad laboral de los afectados y sus familiares". En 2010, según estimaciones de la Unión Europea, los trastornos psicóticos ocasionaron un gasto de más de 100 billones de euros. Esta cifra es comparable con el 1 por ciento del PIB de Estados Unidos.

La investigación no descansa

Son varios los fármacos actualmente en desarrollo, con innovadores mecanismos de acción, que aspiran a modificar y mejorar la manera en que se trate a los pacientes. Las nuevas líneas de investigación trabajan con moléculas potencialmente eficaces para frenar los síntomas negativos y los relacionados con los déficits cognitivos. Algunas de ellas podrían mejorar esos síntomas negativos apenas considerados hasta ahora y combinarse con terapias estándar, contribuyendo a asentar un abordaje integral de la enfermedad.

Fuera del campo de la farmacología, "la intervención psicosocial pretende aportar al paciente y su familia herramientas para afrontar la enfermedad e identificar los síntomas iniciales. La rehabilitación tiene como objetivo la reconexión del paciente en la sociedad, como por ejemplo a través de empleo protegido", prosigue este experto.

Una enfermedad poco conocida y muy estigmatizada

Entre el 60 y el 80 por ciento de los casos responden a un factor genético, pero no es el único ni el principal desencadenante. Estudios recientes relacionan la enfermedad con causas ambientales, como la urbanicidad, la exclusión social o la inmigración. "Ahora sabemos que se trata de una enfermedad crónica que afecta a personas de diferentes niveles socio-económicos y ambos sexos, aunque parece más prevalente, grave, precoz y con peor respuesta al tratamiento en los varones", aclara el director científico de CIBERSAM.

Aunque sólo el 25 por ciento de las esquizofrenias debuta en la infancia y en la adolescencia, lo cierto es que algunos de los síntomas relacionados con la enfermedad aparecen a edades tempranas, pero su diagnóstico no se produce hasta varios años más tarde. Las razones son diversas: la estigmatización de la enfermedad mental, el miedo de los padres al rechazo social o simplemente la confusión entre las primeras manifestaciones con los efectos provocados del consumo de alcohol y de sustancias tóxicas.

La edad media del primer diagnóstico suele darse a los 25 años y del mismo modo que los familiares aplazan la consulta con el psiquiatra, el tratamiento también se demora hasta muchos años después. "Muchos de los antipsicóticos utilizados en los adultos pueden ser utilizados en los niños y están revelando su eficacia. De cara a reducir el impacto funcional de la enfermedad, es necesario otro tipo de intervenciones, como ajustes en los programas educativos y psicoeducación para desarrollar habilidades sociales o hacer y mantener amistades y entrenar la tolerancia a la frustración. En esta patología, como en el resto de la psiquiatría, es fundamental el diagnóstico precoz y la intervención temprana", concluye del doctor Arango.