Educar jugando

Cuentos, manualidades, disfraces, talleres o escapadas a la naturaleza permiten al niño aprender y descubrir emociones

Infancia y juego son conceptos inseparables y, aunque jugar es cosa de niños, también lo es de padres y educadores. Los niños desentrañan fantasía y realidad con el juego y precisamente jugando con ellos podemos reforzar el vínculo que nos une, modificar comportamientos, conocer y compartir sus intereses y crear hábitos de orden e higiene.

Los niños necesitan a sus padres para desarrollar su creatividad y la mejor manera de estimularlos es recurrir a cuentos, manualidades, disfraces, talleres, escapadas a la naturaleza o cualquier actividad que les permita experimentar con lo que le rodea, descubrir emociones y aprender.

Por suerte, a la hora de jugar, las opciones son tan infinitas como la imaginación.

Ayúdele a jugar

Hasta que cumplen los seis o siete años les cuesta focalizar la atención en una misma actividad más allá de veinte minutos, por lo que si tiene un niño pequeño en casa encienda constantemente su imaginación con nuevas ideas. Destierre de su lenguaje las expresiones: ¡No puedo! o ¡Eso no existe!, escuche a su hijo y sea cómplice de sus fantasías.

Convénzale de que no necesita recurrir a sofisticados y caros juguetes para avivar su imaginación, una imaginación que no ha de estar presente sólo en el juego sino en el día a día. Así, use un vocabulario rico para describir nuevos mundos o proponga muchas soluciones a un mismo problema. Y si su pequeño tiene una imaginación desbordante, no se preocupe, todo lo contrario, pero asegúrese de que reconoce el límite con lo real.

Y si es de los que identifica jugar con regalos, está muy equivocado. Los regalos y los juguetes deben reservarse para las celebraciones y los momentos especiales, como el cumpleaños, Navidad o fin de curso. Si le hace regalos a su hijo sin ningún motivo, creará en él expectativas y necesidades que con el tiempo le convertirán en un constante insatisfecho que no valora nada de lo que tiene y que necesita comprar y recibir más regalos.

Con los juguetes ha de primar la máxima de menos cantidad y más calidad. Cómprele los que inciten a inventar, como mecanos, puzles o recortables, y deje a un lado los juegues electrónicos que, al ser automáticos, pueden fomentar la pasividad del niño. Además, no intente suplantar su presencia y atención con regalos. Tal vez se sienta menos culpable, pero no conseguirá su propósito.

Jugar, ensayo de vida

Jugar es en realidad un ensayo para la vida. Jugando, los niños aprenden a reaccionar ante la adversidad, el reto y los placeres que les deparará el futuro. Y gracias al juego, ganan autonomía y brota espontáneamente todo lo que llevan dentro: su malicia, su tristeza, su rabia y su alegría.

Cuanto más creativo sea su hijo, mayor será su capacidad de aprendizaje; si de pequeño ha jugado, de adulto seguirá aplicando su curiosidad y sus mecanismos de exploración a toda su vida. Y es que lo más importante de la creatividad no es la solución final, sino el camino que se recorre hasta llegar a ella, un camino que incluye éxitos y sinsabores que, precisamente, se aprenden a gestionar jugando.

De modo que si planifica la vida de su hijo para que moleste lo menos posible y lo aparca durante horas delante de la televisión o de cuatro juguetes sin aliciente, lo único que conseguirá será que el pequeño sienta que estorba, carezca de estímulos y, en consecuencia, de imaginación, autoestima y estabilidad emocional.

Una hora diaria de actividad física

Los niños y los adolescentes deberían destinar al menos una hora todos los días a mover el esqueleto. Un tiempo de actividad física, moderada o vigorosa, que no tiene por qué ser consecutivo, ya que la suma de ejercicios cortos de cinco o diez minutos procura el mismo beneficio. Aunque cueste creerlo, la mitad de la población española ente 6 y 18 años no sigue esta recomendación, aun cuando los expertos recuerdan una y otra vez los mil y un beneficios de la actividad física sobre la salud de los niños.

Basta con recordar que aumenta la masa ósea y, por tanto, reduce el riesgo de fracturas y osteoporosis y que, como aumenta el gasto de calorías, previene y trata la obesidad.

Y no sólo cuida el cuerpo, también la mente. Todo apunta a que el ejercicio mejora la calidad de vida, la imagen de uno mismo, la autopercepción del estado de salud y la satisfacción con la vida y de que puede ayudar en el tratamiento de la depresión y la ansiedad. El estado de ánimo y la autoestima ganan puntos con la actividad física.

Cuando hablamos de actividad física y ejercicio no nos referimos solamente a practicar un deporte con el fin de competir y ganar. La actividad física espontánea, como jugar al aire libre y caminar, también es importante y debe ocupar una posición estelar en la agenda diaria. De hecho, si su hijo tiene menos de nueve años, basta con que juegue en el parque, a la comba, a la pelota o al escondite, por ejemplo, para que haga todo el ejercicio que su cuerpo necesita.

Apostar por caminar o ir en bicicleta en vez de por el coche y por las escaleras en vez de por el ascensor son opciones saludables al alcance de todos, también de los más pequeños. Y no hace falta salir de casa para mover el cuerpo. Algunas tareas del hogar, como lavar el coche o aspirar alfombras, pueden ayudar a los niños a incorporar el movimiento a su vida cotidiana.

Todo vale, menos engancharse al sofá y a la televisión. Y no deje que su pequeño juegue más de la cuenta a los juegos de ordenador que implican movimiento corporal, como la Wii. Este tipo de juegos nunca deben sustituir a la actividad física.

Fuente: Pediatría con sentido común para padres y madres con sentido común Autores: Dr. Eduard Estivill y Dr. Gonzalo Pin. Edita: Plaza & Janés.