Cómo prevenir los estragos de la discapacidad en los ancianos

Los especialistas insisten en la importancia de una adecuada nutrición y la práctica de ejercicio físico como principales medidas de prevención

Discapacidades, caídas, desnutrición, hiponatremia... Las cifras que manejan los expertos en relación con los factores de riesgo y la pérdida de facultades que padecemos los humanos por el proceso de envejecimiento suelen ser preocupantes, cuando no alarmantes. Y para muestra, un botón: el 8 por ciento de la población mayor de 65 años padece fragilidad, el principal factor de riesgo de la discapacidad, y el 41 por ciento se encuentra en una fase previa que se denomina pre-fragilidad. Y no resulta, precisamente, tranquilizante, saber que España será dentro de unos años uno de los países más envejecidos del mundo.

Estos datos pertenecen al Estudio Toledo de Envejecimiento Saludable, una investigación elaborada por el Servicio de Epidemiología de la Consejería de Salud de Castilla La Mancha y el Servicio de Geriatría del Hospital Virgen de la Salud, dependiente del Gobierno regional. En él se evaluó el estado de salud de más de 2.400 personas en nuestro país,  tras lo cual se puso de relieve que, en las últimas seis décadas, se ha triplicado la expectativa de vida en los mayores de 65 años que, de cinco años a mediados del siglo pasado, ha aumentado a casi 20 años en la actualidad.

Por otra parte, los principales investigadores del mundo en materia de envejecimiento reunidos recientemente en Madrid -Conferencia de Consenso sobre Fragilidad- con el objetivo de establecer un consenso que permita categorizar y medir este factor de riesgo para aplicarlo en la atención diaria a los pacientes ancianos, subrayaron que esta prolongación de la expectativa de vida puede ser considerado inicialmente un éxito y una consecuencia directa de las mejoras en la calidad de vida, pero el problema estriba en que dicha mayor longevidad no está exenta de retos que amenazan a medio y largo plazo a los sistemas de protección social y sanitaria, y sin lugar a dudas, es la discapacidad uno de sus principales problemas. De modo, pues, aducen los expertos, que para medir el envejecimiento no hay que apoyarse sólo en la edad cronológica, sino también en otros factores, como el grado de discapacidad del individuo.

Discapacidad y dependencia

El doctor Leocadio Rodríguez Mañas, jefe del servicio de Geriatría del Hospital de Getafe de Madrid, manifiesta a este respecto, que  "las amenazas a los sistemas de protección social y a la calidad de vida de los ancianos no se derivan del envejecimiento de la población en sí, sino de uno de sus principales riesgos: la discapacidad que, cuando alcanza cierto grado, conduce a la dependencia". La presencia de la discapacidad multiplica por 3,2 veces los costes de atención sanitaria.

La discapacidad en nuestro país, según los datos del Estudio Toledo, ha disminuido en un 24 por ciento para la realización de actividades instrumentales, como el uso del transporte público, llevar asuntos económicos, ser responsable de la propia medicación, lavado de ropa, aseo personal, preparación de comida, entre otras, y un 18 por ciento para el desarrollo de acciones cotidianas de la vida diaria respecto a lo que sucedía hace quince años.

Retrasar la incapacidad

Para Rodríguez Mañas,  estos son "datos optimistas", e insiste en que estos buenos resultados se deben, en gran medida, a las políticas de prevención adoptadas, por lo que aboga por intensificar las mismas y dirigirlas, sobre todo, a la población más vulnerable en la actualidad: los pacientes que presentan algún tipo de fragilidad. "Es en esta fase donde se están centrando los esfuerzos de los investigadores, ya que podemos actuar e intervenir sobre las situaciones de riesgo y evitar o al menos retrasar su evolución a la discapacidad. Por el contrario, cuando la discapacidad ya está establecida las probabilidades de revertirla son verdaderamente escasas".

La fragilidad no sólo predice el riesgo de discapacidad sino también el de presentar otras situaciones de marcado impacto entre la población anciana, al aumentar el riesgo de caídas, de hospitalización, de internamiento en residencia o incluso de fallecimiento. Este riesgo de la fragilidad es incluso superior al riesgo asociado a padecer enfermedades crónicas, especialmente en los mayores de 75-80 años, según demuestran estudios recientes realizados en Canadá y Estados Unidos.

Ante esto, los especialistas insisten en la importancia de las medidas de prevención. La más contrastadas son la actividad física mediante ejercicio aeróbicos (paseo, carrera, montar en bicicleta, nadar, bailar...) como de resistencia (pesas, mancuernas, estiramiento contra resistencia, subir escalones...). A ello hay que asociar una adecuada nutrición, un equilibrado aporte calórico-proteico, evitando la malnutrición.

La nutrición

Otro factor de riesgo que suele ir asociado a la edad avanzada es la desnutrición. De hecho, explica el doctor Alfonso Cruz-Jentoft, presidente de la Sociedad Médica Geriátrica de la Unión Europea (EUGMS), durante el proceso natural del envejecimiento, se producen numerosos cambios dietéticos y psicológicos; a medida que la gente envejece, el organismo necesita más proteínas, vitamina C, calcio y otros nutrientes importantes para un buen estado de salud general. Las personas de edad avanzada tienden a comer menos con el paso de los años -en particular carnes y otros alimentos ricos en proteínas de alta calidad- y su organismo pierde cada vez más eficacia a la hora de procesar los nutrientes que ingiere. En consecuencia, muchos ancianos están desnutridos.

No menos preocupante es el dato proveniente del estudio PREDyCES, promovido por la Sociedad Española de Nutrición Parenteral y Enteral y evaluado y aprobado por el Comité Ético de Investigación Clínica del Hospital La Paz de Madrid, según el cual un 37 por ciento de los españoles mayores de 70 años que están hospitalizados muestra síntomas de desnutrición, un problema que -revela el mismo estudio- afecta, por lo demás, a uno de cada cuatro pacientes hospitalizados en España.

De acuerdo con esta sociedad científica, la desnutrición es un estado patológico en el que las reservas de macro y micronutrientes del organismo se encuentran mermadas; este fenómeno, a su vez, se produce como consecuencia de la pérdida de nutrientes acompañada de problemas en la alimentación, trastornos de la digestión o cambios en el metabolismo asociados a infecciones. Los expertos afirman que en la práctica clínica la desnutrición retrasa el restablecimiento del paciente y provoca pérdida de masa muscular y debilitamiento. Esta pérdida de masa muscular asociada a la edad, conocida como sarcopenia, se produce a un ritmo del 8 por ciento a partir de los 40 años y del 15 por ciento por década a partir de los 70.

"Mantener un buen estado nutricional es esencial para un envejecimiento saludable," afirma el Profesor Jean-Pierre Michel, presidente de la EUGMS y co-director del programa de Medicina Geriátrica Total Nutrition Therapy orientado a desarrollar los conocimientos de los médicos en nutrición en la práctica clínica.

Hiponatremia

Entre otros factores que acechan a los mayores de 65 años, destaca la hiponatremia, un trastorno que se produce por un descenso de los niveles de sodio. En la gran mayoría de los casos cursa de una forma leve, pero estudios recientes han mostrado que desencadena alteraciones en el equilibrio y la marcha, lo que aumenta el riesgo de sufrir caídas y fracturas e incrementa también la aparición de trastornos cognitivos.

Según quedó puesto de manifiesto durante la reciente celebración, en Madrid, del I Curso sobre este tema asociado al síndrome de secreción inadecuada de hormona antidiurética (SIADH), que reunió a internistas, endocrinos y nutricionistas, existe a este respecto el problema añadido de que, en la actualidad, la mayoría de los pacientes con hiponatremia crónica no están diagnosticados, lo que multiplica el riesgo de complicaciones, caídas y fracturas, además de prolongar las estancias hospitalarias.

De acuerdo con lo expuesto en el curso, cuando un paciente ingresa en el hospital, de forma rutinaria se le miden los niveles de sodio. Sin embargo, aunque presente valores de sodio en plasma por debajo de las cifras consideradas como normales 135 mmol/L, no se le da la importancia que tiene. Inclusive, ante la aparición de los primeros síntomas que podrían indicar un cuadro de hiponatremia como náuseas, dificultad para concentrarse o cansancio se suelen achacar a otras enfermedades. Eso explicaría por qué no se estudia, diagnostica ni se trata adecuadamente a pesar de las consecuencias negativas para el paciente.