11-M, ocho años después

11 de marzo de 2004. Tal día como ayer hace ocho años, Madrid se teñía de sangre con el mayor atentado terrorista perpetrado jamás en España. 192 vidas rotas y casi 2.000 heridos es el saldo de una matanza que nunca podremos olvidar.

La pérdida de un ser querido es el acontecimiento vital más estresante que puede afrontar el ser humano, por lo que El Periódico de la Farmacia quiere mostrar su apoyo a todas aquellas familias que sintieron cómo su vida se hacía añicos ese día y mostrar a toda la sociedad lo que se esconde tras la palabra duelo.

La respuesta emocional en forma de duelo ante la muerte de un ser querido es inevitable, si bien varía en intensidad, en la manera de expresarla y según el marco cultural en que tenga lugar.

La intensidad, a su vez, depende de la relación emocional y de dependencia con el ser perdido, las circunstancias de la muerte, el tiempo de preparación para la pérdida, etc.

En líneas generales, el duelo forma parte de un proceso normal de adaptación que suele durar entre 6 y 12 meses y por tanto no se considera una entidad patológica psiquiátrica; sin embargo, en algunos casos se prolonga en el tiempo y se intensifica hasta el punto de que impide el desarrollo normal de la vida de las personas.

No en vano el duelo está considerado por muchos expertos como el acontecimiento vital más estresante que puede afrontar el ser humano y, de hecho, hay estudios que han demostrado que las personas en situación de duelo son víctimas de una propensión a determinadas enfermedades superior al resto de la población, de lo cual se deriva que existe un tipo de duelo que entra en el terreno de lo "normal" y otro que entra en la categoría de "duelo patológico".

Efectivamente, se ha observado que tras una pérdida de esta índole, las dos terceras partes de los seres humanos en duelo evolucionan con normalidad y el resto padece alteraciones en su salud física y/o mental.

Es relevante señalar las complicaciones potenciales que una reacción de duelo anormal puede provocar, como el abuso de fármacos, alcohol y drogas, el aislamiento social, la aparición de trastornos ansioso-depresivos e, incluso, el incremento de la mortalidad y suicidio, fenómeno este último más común entre viudos y viudas y ancianos.

Sensaciones

El duelo conlleva sensaciones como sentimientos de pérdida, soledad y vacío ("qué voy a hacer ahora", "nada volverá a ser igual"…), incredulidad, aturdimiento, aflicción, pena y luto.

La pena conlleva efectos como tensión en cuello y garganta, respiración entrecortada, opresión en el pecho y abdomen, falta de energía para realizar cualquier actividad y, sobre todo, cansancio, rigidez, bloqueo mental, pérdida de ganas de vivir y una sensación de malestar intenso y generalizado.

Cabe mencionar también lo que algunos autores denominan "anestesia emocional", es decir, la dificultad para expresar las emociones ante la pérdida sufrida ("la procesión va por dentro", en lenguaje popular). En estos casos el componente emocional del duelo es tan doloroso que el individuo emplea mecanismos capaces de bloquear el dolor.

El luto, por su parte, viene a ser la forma externa de manifestar ese duelo, ya sea mediante el llanto o, por ejemplo, luciendo una vestimenta de riguroso negro o visitando a diario la tumba del fallecido, acudiendo a la iglesia con inusitada frecuencia, etc.

Clínica del duelo

Se ha observado que, ante la pérdida de un ser querido, la reacción más habitual es la aparición de un síndrome depresivo típico, traducible en un bajo estado de ánimo, a veces acompañado de un sentimiento de culpa en el sentido de que se cree no haber hecho lo suficiente; incluso, en casos más agudos, ronda la angustia de no haber muerto en lugar del otro.

Otras consecuencias que puede conllevar el duelo si se torna patológico son anorexia, pérdida de peso, insomnio y abandono de las actividades socio-laborales.

En contra lo que suele pensarse, en estas circunstancias las mujeres presentan una mayor fortaleza de ánimo que los varones, más frágiles emocionalmente ante la presión del duelo.

De igual modo, y contra todo pronóstico, la desaparición súbita de un ser querido no es un factor que acentúe la intensidad del duelo, pues la muerte tras una enfermedad terminal prolongada puede resultar para el doliente tanto o más dolorosa y devastadora que la muerte repentina e inesperada.

En el caso los niños, el concepto de muerte es complejo para ellos. Hasta los 5 años de edad no consideran la muerte como algo definitivo; de los 5 a los 9 es definitiva para los demás y no para él y, a partir de los 10 años, la consideran como irreversible e inevitable para todos.

Las manifestaciones del duelo en los adolescentes se asemejan a las de los adultos, aunque en los más jóvenes predomina el malestar fisiológico y en los mayores el psicológico.

En cualquier caso, y esto vale tanto para niños como para adultos, no es posible aplicar un límite cronológico estricto para medir la duración e intensidad del duelo, lo cual explica la variabilidad de lapsos de tiempo que se manejan: para algunos expertos va de 4 a 6 meses, y para otros desde un año a un año y medio. Todo depende de una serie de factores que, en mayor o menor medida, influyen en la intensidad y prolongación del duelo (ver recuadro).

Tratamiento

En principio, el duelo no requiere un tratamiento farmacológico, a menos que sea estrictamente necesario. 

Los dolientes que tengan antecedentes depresivos o de alteración emocional necesitarán normalmente que se instaure un tratamiento farmacológico. En ocasiones estas personas ya están recibiendo tratamientos previos por lo que sólo será necesario un ajuste de la pauta previa.

Además, hay que tener en cuenta que durante las primeras semanas de la pérdida es normal tener dificultades de conciliación del sueño y despertares frecuentes durante la noche.

Hay que valorar la recomendación de pautas de higiene del sueño, de técnicas de relajación y de otras medidas, como infusiones relajantes, etc., que puedan ayudar antes de recurrir a los fármacos.

También es importante la realización de alguna actividad física moderada (paseos, natación) durante la tarde que provoque un ligero cansancio físico, sin llegar al agotamiento, que puede ser contraproducente.

FUENTE: Sociedad Española de Cuidados Paliativos.