Proteger los pies del frío y las temibles ampollas

Lejos quedan ya esos días de verano en los que siempre sonaba de fondo la misma melodía: proteger la piel de los ra­yos del sol. Poco a poco el 'astro rey' ha pasado a un segundo plano y ha cedi­do el protagonismo a los cambios bruscos de tem­peratura típicos de estas fe­chas, un frío cada vez más intenso, la sequedad que traen consigo las calefac­ciones y el viento que ataca con fuerza a nuestro envoltorio natural.

El resul­tado final es deshidratación y aumento de trastornos cutáneos que hacen que la piel se reseque, se irrite y enrojezca, lo que se tradu­ce en una piel seca, desca­mada y con fisuras.

Cuando hablamos de los estragos que el frío hace en nuestra piel pensamos siempre en la cara y las ma­nos pero hay otra parte de nuestro cuerpo que tam­bién nota, y mucho, la ba­jada de las temperaturas: los pies. Por lo que proteja sus pies del duro frío que se avecina con un calza­do impermeable, cómo­do y que no apriete y con prendas que mantengan el calor, como calcetines de lana y de algodón, en vez de nylon. Recuerde, ade­más, que durante todo el año, cuidar los pies es bá­sico. Lávelos a diario con agua templada o fría y con un jabón neutro; séquelos bien, especialmente entre los dedos, hidrátelos con­venientemente y córtese la uñas después del baño de forma recta.

Botas de lluvia

Cuidado con las botas de lluvia, tan habituales en esta época del año y más ahora que ciertas marcas las han puesto de moda. Con ellas, los pies no se mojan con la lluvia pero se acaban mo­jando con su propio sudor. Por ello, úselas solo en días de lluvia y si puede cam­biarlas por un calzado con membrana impermeable incorporado, mucho me­jor. Y es que, si a pesar del frío de fuera, el pie suda y resbala dentro de la bota de agua, puede que acabe sufriendo los sinsabores de las temibles ampollas. En este sentido, mantener los pies secos, usar un calzado que facilite la transpiración y evitar las arrugas de los calcetines son claves para evitar padecerlas.

Zapatos nuevos

Y si está renovando el calza­do, tenga presente que hay quien llama a los ampollas "el síndrome de los zapatos nuevos". Y es que, quince minutos estrenando zapatos bastan para acabar pade­ciendo una. Aunque el me­jor remedio es prevenir, a veces no es posible.

Aun así, mime sus pies escogiendo el zapato ideal para ellos, es decir, aquel que reúne, al menos, estos requisitos bá­sicos: materiales naturales, suaves, flexibles y conforta­bles, que permitan la trans­piración. Además, el zapa­to que cumple la misión de proteger al pie no es ni demasiado estrecho ni muy holgado, pues tan incómo­da resulta una cosa como la otra y ambas le acaban las­timando.

De hecho, si que­da demasiado espacio libre en la puntera, el pie tenderá a deslizarse dentro del za­pato, dando paso al roce y a las consabidas ampollas y rozaduras. Lo mismo su­cede si el talón se sale. Los zapatos muy puntiagudos y los tacones excesivamente altos también pueden cau­sar estragos.

Un buen consejo al com­prar zapatos nuevos es no dejarse llevar solo por el número, ya que este puede variar de un modelo o mar­ca a otro. Lo mejor es optar por el que más se ajuste a la forma de su pie y no al contrario, pues el pie pue­de llegar a amoldarse, pero a costa de dolor y heridas. Y si como la mayoría de las personas, tiene un pie más grande que otro, recuerde que el zapato ha de adap­tarse bien al más ancho de los dos.

Cuidar las ampollas

Las ampollas en los pies son una reacción natural de la piel ante una fricción excesiva. Cuando esta se produce, la capa externa de la piel muere y se for­ma una pequeña bolsa. Si no se presta atención y se continúa con la actividad normal, la bolsa de piel se agranda y se rellena con lí­quido exudado y si no se trata a tiempo, la ampolla se revienta, aumentando el dolor, ya que ahora las terminaciones nerviosas se exponen al exterior.

Lo primero que hay que hacer cuando aparece una ampolla o una simple ro­zadura es lavar minuciosa­mente la zona con agua y jabón, secarla bien, aplicar un antiséptico y cubrirla con un apósito. Cuando la ampolla ya tiene líquido en su interior lo mejor es no pincharla; pero si está en la planta del pie y hay que se­guir caminando no queda otro remedio. Pínchela con una aguja esterilizada, pero sin retirar la piel muerta, ya que sirve de protección. Si tiene dudas, su farmacéu­tico podrá ayudarle a sol­ventarlas.