Cambio de calzado: atención a las ampollas

El uso de zapatos de material sintético, que no se adaptan bien al pie y que dificultan la transpiración, principal culpable de su aparición

La primavera ya está aquí y con ella las ganas de renovar el armario y guardar abrigos y botas hasta el otoño que viene. Los escaparates lucen zapatos más ligeros y abiertos y atractivas sandalias que embellecen nuestros pies pero que con demasiada frecuencia no velan por su comodidad ni por su salud.

Si a ello se la suma la moda del tacón alto y la punta estrecha, la 'eterna cenicienta de nuestro cuerpo' lo tiene muy difícil para lucir saludable este verano.

El pie es una complicada estructura de huesos, músculos, ligamentos y tendones que soporta no sólo nuestro cuerpo sino también nuestro ajetreado ritmo de vida; una maravillosa obra de ingeniería, sofisticada y delicada, que merece cuidados exquisitos.

Y qué mejor forma de mimarlo que escoger para él el zapato adecuado, que se ajuste a su forma, que no sea demasiado estrecho, pequeño u holgado y que le permita ir a la moda sin perder comodidad. Además, el zapato ideal reúne, al menos, estos requisitos básicos: materiales naturales, suaves, flexibles y confortables, que permitan la transpiración.

Sea cual sea el calzado  que envuelva sus pies esta temporada, la realidad es que, al menos los primeros días de calor, los mejores son los de la temporada anterior, ya preparados y 'rodados'. Con los nuevos, sobre todo si están fabricados con materiales poco flexibles y sintéticos, más vale prevenir que curar. Pregunte a su farmacéutico por apósitos con los que proteger las zonas más vulnerables.

Recuerde, además, que durante todo el año, cuidar los pies es básico. Lávelos a diario con agua templada o fría y con un jabón neutro; séquelos bien, especialmente entre los dedos, hidrátelos convenientemente y córtese la uñas después del baño de forma recta.

Ampollas y heridas

Uno de los 'sinsabores' típicos del cambio de temporada son las temidas ampollas, causadas principalmente por el uso de zapatos de material sintético, que no se adaptan bien al pie y que dificultan la transpiración.

De hecho, la escena de un pie sudado que resbala en un zapato demasiado rígido en un día caluroso suele ser habitual cuando se habla de ampollas. En este sentido, mantener los pies secos y usar un calzado que facilite la transpiración son claves para evitar padecerlas.

Los zapatos muy puntiagudos, apretados o tacones excesivamente altos también pueden causar estragos, al igual que las arrugas de los calcetines y los zapatos de la talla equivocada.

Quince minutos estrenando zapatos bastan para acabar padeciendo una ampolla. Aunque el mejor remedio es prevenir, a veces no es posible.

Lo primero que hay que hacer cuando aparece una ampolla o una simple rozadura es lavar minuciosamente la zona con agua y jabón para evitar que se infecte, secarla bien, aplicar un antiséptico y cubrirla con un apósito.

Cuando la ampolla ya tiene líquido en su interior lo mejor es no pincharla; pero si está en la planta del pie y hay que seguir caminando no queda otro remedio. Pínchela con una aguja esterilizada, pero sin retirar la piel muerta, ya que sirve de protección.

Si la herida está infectada, desinféctela, y cuando la herida esté completamente seca, aplique un apósito y deje que el proceso natural de cicatrización de la piel siga su curso. Si tiene dudas, su farmacéutico podrá ayudarle a solventarlas.

Cuidado además con las chanclas, tan de moda en los últimos años. Concebidas para la playa y la piscina no están preparadas para 'ir a trabajar' o 'salir de paseo' por el asfalto de la gran ciudad. De caucho o de goma, el pie suda más de la cuenta en ellas, y dada a su escasa sujeción no es complicado acabar el día con un esguince o una torcedura. Además, sin nada que le proteja, el pie queda a merced de posibles cortes o magulladuras y las heridas están servidas.

Por ello, y por cualquier otra causa que pueda provocar una herida en el pie, no está de más saber cómo actuar ante una herida leve:

  • Lávese las manos y use guantes, para no tocar la herida directamente.
  • Limpie la herida con agua y jabón.
  • Utilice gasas, nunca algodón. Éste, puede dejar restos y retrasar la cicatrización.
  • La limpieza ha de hacerse siempre desde el centro hasta el exterior, para evitar la entrada de gérmenes.
  • Recorte posibles colgajos de piel con pinzas y tijeras sin punta para dejar la herida lo más limpia posible.
  • Desinfecte le herida con un antiséptico y cúbrala si fuera necesario.